Hay personas que por su genialidad construyen sus vidas cual si fueran una novela, vidas que merecen ser escritas y por lo tanto conocidas.
No sólo por el valor que tienen como casos de estudio o por la curiosidad científica que representan, sino también por la rara especie de belleza que irradian. Y más aún cuando esos grandes pérfidos presentan la peculiar característica de salirse de las reglas que definen su perversidad.
Cualquiera pensaría que sólo los grandes sádicos son capaces de desembocar en la tragedia y el crimen, y no otros portadores de perversiones si se quiere más inocentes. Porque ¿a quién sino a sí mismo puede dañar el masoquista en su alocada carrera en pos de intensificar el dolor que le provoca placer?
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